Todavía no lo puedo creer ni siquiera yo. Terminé una gran parte del cúmulo de trabajo. Al menos, terminé lo que era prioritario, lo que tenía una fecha puntual porque era para la oficina y tenía que respetar los tiempos de entrega. Ahora, me queda pendiente la traducción del libro “del Diego”, pero eso es más elástico, más manejable. Como lo hago de forma particular y es para un amigo periodista, lo voy haciendo en los ratos libres. ¿Ratos libres? No tengo. Pero, me las ingenio en las noches, en las madrugadas y voy avanzando, de a poco, muy lentamente, pero algo es mejor que nada, en este caso. Una página es una página. Ya hice la introducción y el primer capítulo. Son diecisiete capítulos en total. Por algo se comienza.
Pero, este fin de semana me olvidé del mundo. Me despejé de tal forma que hasta me olvidé de que trabajo. Increíble pero real.
El sábado 2, me levanté muy temprano por la mañana y, tras un simple café a modo de desayuno, salí rumbo a
Gualeguaychú. Casi me quedo sin ir porque el viernes a la tarde/noche llovió a cántaros y a primer hora del sábado todavía estaba nublado, y dudé. Pero, me decidí. Y ¡qué suerte que me decidí! Y emprendí viaje. El viaje imprescindible para sacudirme el estrés de las espaldas, la contractura de las cervicales, el agotamiento de la mente. Mientras iba por la ruta, miraba el camino hacia delante, todo libre, despejado, un mundo abierto hacia delante y hacia los costados el verde, a ambos lados de aquella ruta. Verde, verde, más verde ante mis ojos. Salió el sol. La mañana de sábado se tornó preciosa. Radiante. Me puse los anteojos de sol. Hacía calor. El sol de frente me daba en el rostro. En tres horas estaba allí:
Gualeguaychú, Entre Ríos. A doscientos treinta kilómetros de Buenos Aires, a treinta kilómetros de la frontera uruguaya. Viví un mundo de sensaciones mientras viajaba. Parecía que la tierra, el aire, el sol, el verde, el cielo y el camino me pertenecían. Escuchaba música.
Llegué a destino. Justo para la hora del almuerzo. Me detuve en un restaurante para almorzar. Pregunté a dos hombres. Ambos coincidieron en el mismo sitio para ir a almorzar: un restaurante llamado
“Dacal” en la Costanera. Me dije que si dos personas diferentes aconsejaban el mismo lugar, lo más conveniente y sin conocer el pueblo sería ir allí. No me arrepentí. Pedí un asado y un
Valmont tinto, agua con gas, un budín de pan. Me distendí, no me quedan dudas. Ignoraba de dónde provenía el significado de la palabra
“Gualeguaychú”. Parece que su nombre proviene de la expresión guaraní "
yaguar guazú" que significa
río del yaguar grande o probablemente de la palabra del mismo idioma "
yaguarí guazú", gran nutria gigante. Después de almorzar, caminé por la Costanera y, en la esquina siguiente, encontré una hermosa heladería. La más grande del pueblo, me dijo alguien. Hacía calor así que me detuve y compré un helado. También entré al Casino, sólo por el hecho de conocerlo. Es la primera vez que voy para allí. No conocía nada. El pueblo vale poco, el centro, quiero decir, la plaza principal,
la Catedral de San José y no demasiado más para ver. Las calles de alrededor me parecieron tristes. Tenía un dolor de cabeza impresionante. Un
Tafirol que llevaba en la cartera me ayudó. Entré a la Catedral: una obra maestra inaugurada en 1863. Disfruté mirándola y recorriéndola por dentro. Disfruté de su arquitectura. Está construida en forma de navío. Fue agradable entrar, recorrerla, observar sus techos, sus detalles, su construcción. Un hombre tirado en las escaleras me pidió monedas; parece que en todas partes es igual, la gente que tiene que vivir mendigando. Recorrí la Costanera y entré a una feria artesanal. Cinco puestos en total. Parecía mentira pero así están los artesanos allá. Conversé con una mujer que atendía uno de los puestos. Le faltaban los dientes, le faltaban muchas cosas y le sobraban hijos: 8 en total, me dijo. Ciudad antigua, Gualeguaychú. Poco más para ver de interés. Poco más para recorrer. Llegué hasta el puerto. El resto sentí que no merecía la pena. No saqué fotos, no me llamó la atención. (Me estoy durmiendo, es entrada la madrugada y me estoy durmiendo. Las letras bailan. Continuará...).
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