lunes, octubre 23, 2006

¿Por qué?



Eso me pregunto. ¿Por qué todo del revés?
Trabajo, sí. Tengo trabajo y se que no es poca cosa en el país en el que vivimos. Pero, me agota. La falta de tiempo, cumplir los horarios estrictos, escuchar a personas con formas de ser complejas y cambiantes. Cumplir, cumplir y cumplir. Y la falta de tiempo para mí y el dinero contado porque el sueldo no es lo que debería ser. Eso me amarga. Y el viernes tuve que pedirles un préstamo. "Anticipo de sueldo" decía el papel que firmé. Ya no tengo un centavo porque todo fue para cubrir "parte" de las cuentas a pagar. Y esto sin contar que no me saco de la cabeza que se me vienen meses difíciles económicamente porque tengo que devolver el dinero que me anticiparon. Y trabajo y trabajo y trabajo y me pregunto ¿para qué? si no rinde como debería rendir.
Me olvido. Intento olvidarme. Salgo de la oficina y voy directo a pagar una de las deudas. Me subo a un taxi porque no llego a tiempo de otra manera. "No se puede fumar", me dice el taxista. Hmmm, no me gustó nada. ¡Mala onda!, pensé. Hacemos dos cuadras y, en un segundo, sin saber siquiera qué fue lo que pasó, se para el taxista a discutir con dos colectiveros que habían estacionado sus colectivos atrás y uno se había bajado para comenzar la pelea. Me bajo para irme. Una chica en un auto de al lado me dice que el taxista tenía razón. No se, no creo, pero me vuelvo a subir. Siguen peleando. Me agotan. Me bajo definitivamente, me da miedo, no quiero meterme en líos o tener que salir después de testigo de la pelea. Paro otro taxi, le digo el destino, el chofer me dice que se quiere ir a su casa, que no sigue. Me baja en la esquina siguiente. "Son dos pesos", me dice. Dos pesos por una cuadra me parece una locura. Le digo que no, bueno está bien con uno, rebaja y le pago. Menos mal que con el tercero llegué a destino sana y salva.
Me invitaron a pasar el fin de semana a una casa. Fui. Con la intención de pasarlo bien, entretenido, descansando, despejando el cerebro, mirando sólo verde y cielo, haciendo nada.
No a esos planes. Sábado tempranito por la mañana llega el jardinero para trabajar todo el día cortando pasto, ligustrina, remover la tierra, blablablabla. No estaba en mis planes el bendito jardinero, no. Aunque debo reconocer que tuvo algo muy bueno que fue haber puesto música clásica. Reconozco abiertamente que la disfruté. ¡Qué grande el jardinero! Llega la hora de almorzar (jardinero incluído) porotos al horno con capa de cebolla. No me gusta comer porotos y, mucho menos, con cebolla, encima un kilo, pero no importa porque no queda nada, se disuelve, me dicen. Almorzamos. Lo único, bastante agradable del día, fue que pude tomar sol después de comer. El día estaba precioso así que disfruté un rato del aire libre y del sol. A las cinco me dispuse a lavar la cocina. Tarea doméstica destinada para las mujeres, por supuesto. Eso parece. Debían ser dos platos locos pero no. Una parva de platos, sumados a los que estaban guardados sucios en la heladera, más la fuente, las copas, todo lo que hay para lavar después de un almuerzo de estos. ¡Y kilos de grasa, reDios! Evidentemente, no tengo vocación de ama de casa. Creo que es definitivo. Y lavar platos no me molesta. No digo que me guste, pero casi. Lo que no soporto es la cantidad de vajilla que tenía para lavar y tanta pero tanta grasa pegada y la cebolla por todos lados. Lo que no me gusta es lavar las fuentes, cuesta mucho desengrasarlas. Pero, terminé la labor doméstica. Leí unos minutos a Alejandra y me escapé a un cyber otros minutitos.
Regresé a la casa. Querían salir. Yo no tenía ganas de salir pero, no importa. "Había que salir, salir, salir". ¿Qué qué prefiero? ¿Cine, teatro, una función de un grupo coral, teatro acá, cine allá? ¡No, no quiero salir! Pero, no puedo decir que no quiero, así que salgo, salimos. Lo máximo que digo es que prefiero no ver ningún espéctaculo, que prefiero caminar, dar una vuelta por ahí cerca e ir a comer. Tengo hambre y es lógico. Eso de los porotos no le sirvió a mi estómago.
Caminamos. Querían ir a ver una función de teatro. Entramos al teatro y preguntaron sobre la función, a qué hora era, si era comedia, si era drama. Era drama, dijeron. Yo no tenía ganas de teatro, ni de comedias ni de dramas. Mi estómago seguía con hambre. Tampoco es cuestión de andar diciendo por ahí "tengo hambre" cuando los demás te dicen "la verdad, no tengo ganas de comer nada...". A contramano, pensé, y seguí caminando.
Para hacer tiempo (¡Ja, hacer tiempo yo! Insólito.) nos metimos en una iglesia. Para conocerla, para ver la misa que ya se estaba terminando. Conocer una iglesia nueva me gusta. No por la religión en sí sino por su arquitectura. Es lindo observarlas, observar los trabajos de sus paredes, los techos, los vitraux. Ok, de acuerdo. Seguimos caminando y damos la vuelta. Que es demasiado temprano y que quieren ver la obra de teatro. Me preguntan si yo quiero y digo que no, que no tengo ganas, que no me interesa, que no quiero. Parece que lo que yo quiero no importa. Mi cerebro no hacía más que pensar en el viernes, en el dinero que me adelantaron y que ya no tengo ni las monedas y que ahora debo y que noviembre va a ser muy difícil con el descuento que me harán y que diciembre más difícil todavía. Y dale con el teatro. Seguimos caminando y aparece una "Iglesia Adventista del Séptimo Día". ¡lamadrequelosparióatodosjuntos! Quieren entrar. ¡Rediosssssss! Yo no entro ni a patadas. Ok, si quieren entrar, entren, yo me quedo esperando en la vereda. Entran. Espero. Salen. Yo, al borde de un ataque de nervios, casi como la peli de Almodovar. ¡Que se quieren quedar! Sin palabras. Mi crisis de nervios explotó. ¿Se quieren quedar? ¡Quédense! Yo me voy. ¿A dónde? ¡A mi casa! Estaba bastante pero bastante lejos de mi casa y era de noche, pero lo dije igual. Con todo lo que tengo quehacer y pensar mirá si estoy yo para meterme a pelotudear con los adventistas.
Me dicen que soy estúpida, que sólo era una broma, que mirá que si van a entrar, que era chiste. Agggggggggg. ¡Pero cómo te calentás!, me dicen encima. "Mirá, si te voy a dejar sola o permitir que te vayas a tu casa y entrar, era un chiste". Honestamente, si fue un chiste (que, al final creo que lo era) fue de mal gusto. Seguimos caminando camino de regreso. Pasamos por la puerta del teatro, enfrente. Que si quiero ver teatro. ¡Que nooooooooo! Que querían ir al teatro más por mí, para pasear, para que no me aburra, que era porque me iba a venir bien a mí. Que no me interesa ir al teatro, eso no lo entendieron, parece. Nos sentamos en un umbral. Que alguien me explique qué carajos hice/hicimos quince minutos sentados en un umbral en la vereda de enfrente del teatro. Me sentía la persona más estúpida de la tierra. Se convencieron de que no quería teatro así que fuimos a una pizzería. ¡Por fin! Mi estómago comenzó a sentirse más contento. Yo no estaba contenta. Me dijeron que estas discordias habían sido provocadas por haber entrado a la iglesia porque entrar a la iglesia es yeta. En fin... Las supuestas bromas sobre la iglesia adventista continuaron en la pizzería. Ahora, me pregunto yo, si te estoy diciendo que no me interesa la iglesia adventista y que ni siquiera me interesa entrar ni conocer ni saber qué es lo que hacen o dejan de hacer ¿hay necesidad de seguir con la broma durante la cena también? No conozco a los adventistas, no se nada de ellos, ni si son buenos o malos, no me interesa tampoco. Mi cerebro está fijo en otra preocupación. Encima la loca soy yo que me caliento, que me enojo, que ¡pero qué nerviosa que sos, cómo te calentás!
Volvimos a la casa y a dormir, por fin, el ansiado reposo. No sin antes haberme quedado un ratito sola y en paz sentada en la mesa de la cocina avanzando en la lectura de Alejandra.
Duermo lo más tranquila que puedo gracias al infalible Sanax 1 mg que me recetó el doc. A las ocho de la mañana suena el teléfono y ya hubo que levantarse. Hace años luz que no me despierto un domingo a las ocho de la mañana. Tomé unos mates apurada y dije que quería venirme a mi casa. Me preguntaron veinte veces: pero, ¿y por qué? ¿y por qué? te haría mucho mejor quedarte acá. Y que soy muy nerviosa y que no tengo que calentarme por cosas que no tienen importancia y que y que y que...
Por supuesto, me vine. Me trajeron y me vine a home sweet home.
Ahora, soy yo la que se pregunta ¿por qué? ¿y por qué todo esto me pasa a mí?

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viernes, octubre 20, 2006

Leyendo a Alejandra me dieron ganas

"Pensar en la novela, o en las cartas de Andrea. Convencerse de la importancia secundaria del argumento. Lo esencial son los trozos de caracteres. Tiemblo por mi subjetividad. Desconfío de mi constancia. ¿Cómo podría lograr llegar hasta el fin? (...) Pero pienso que hay que escribir cuando se tiene qué decir. ¿Qué diría yo? ¡Mis angustias! ¡Mis anhelos!¡Mis invisibilidades! (...) El Dr. R. dijo que un cuento es una novela frustrada.Disciplina. Orden. Aprendizaje. (...)No se escribir. Quiero escribir una novela, pero siento que me falta el instrumento necesario: conocimiento del idioma. (...)Hojeando las novelas policiales se me ocurre preguntar cómo es posible escribir tanto sin decir "dolor", "vida" o "angustia". (...)Pensando sobre la obra literaria".

Diarios, Alejandra Pizarnik, Editorial Lumen.

Tras una conversación con el señor J. S., hace unos días en un café, que me estuvo hablando acerca de una novela que escribió él en Villa Gesell, y después de haber recibido un llamado telefónico suyo, en el día de ayer, para contarme que había impreso su novela de ochenta páginas para entregármela y que yo pudiese leerla. Después de haber hablado con este colega y mientras voy leyendo a Alejandra me dieron ganas a mí también.

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miércoles, octubre 18, 2006

Hoy pensé en ella



Como "flashes" durante el día, pensé en ella. Imágenes fugaces. Por la tarde, pensé en ella. Mientras tomaba mi café de cada dia con Atanasio, pensaba en ella. Ya pensé en ella ayer mientras tomaba mi cerveza en las mesitas de la calle del café nuevo. Ahora, ni siquiera es posible tomarse una cerveza en paz, fumando en libertad. Tuve que buscar otro lugar. Un lugar nuevo. Afortunadamente, lo encontré a pocas cuadras. Es cálido y chiquito, el mozo parece amable, tiene mesitas en la calle. Allí suelo ir, de vez en cuando, cada vez que siento la necesidad de estar sola y en paz. Una Stella Artois y un cenicero, nada más. Pensé en Carmen. Hoy hace siete años exactos que la conocí, que me conoció, que nos conocimos. Nos conocimos unos días antes pero el día de la primera salida lo contamos a partir del 18 de Octubre ¡Parece mentira! Siete años que nos conocemos, siete años de tanto y tanto que ha pasado, tanto agua bajo el puente, tanto dolor, tanto sinsabor y tanta alegría. Porque hubo de todo: de lo bueno y de lo malo, de miedos, de angustias, de gratos días compartidos también. ¿Por qué no? De lo malo hubo mucho. No debo olvidar lo malo. Pero, no logro olvidar lo bueno. No logro olvidar sus manos, ni sus ojos, ni su voz. No logro olvidar nada. Es cierto que no pienso en ella casi nunca. ¡Por suerte! Si no, sería dramático, sería triste, sí. A veces, hasta creo que me olvidé de ella para siempre. Siento que no volverá a aparecer en mis pensamientos. Y me equivoco. Tal vez no pienso con frecuencia, pero un día como hoy es inevitable. El pensamiento llega solo. Recordaba cuando celebrábamos cada mes, cada 18 y cada año, por supuesto. Y ya van siete. A veces, me da la sensación de que hace siglos; lo siento todo tan lejano... Pero, otras veces, siento que fue ayer. Cada instante lo recuerdo tan vívido y tan fresco que es como si el tiempo no hubiera pasado. La última vez que estuve con ella, que compartimos un par de días juntas fue para el 31 de Diciembre del año pasado. El 30 y el 31. Dos días, una noche. Recuerdo que cuando me fui de su casa, el 31 al caer el sol, se enojó. Quería que me quedara a pasar el fin de año con ella. Yo no podía: tengo mi familia. Ella no podía: tiene su familia. Pero, se que ella hubiera dejado todo para quedarse aquella noche conmigo, para pasar aquel día juntas. No pudo ser. No lo dejé ser. Recuerdo que me tomé un remis en su puerta, mientras ella entraba en su casa con su bata de seda celeste. Recuerdo su cuerpo de espaldas en el vestíbulo, mientras yo me iba en aquel auto. Fue el último que la vi. Volvimos a hablar por teléfono para la Semana Santa. Fui a su casa otra vez, de imprevisto, fui a verla, para pasar con ella esos días. No estaba. La casa estaba cerrada. Me asusté. Me sorprendió. No es de salir tantos días seguidos. La llamé al celular. Estaba en Mar del Plata. Se había ido para despejarse, para no quedarse sola. Mar del Plata le fascina. Cuando oyó mi voz se puso feliz, la sentí, pero estaba lejos. Volví a su casa en un taxi y le tiré una nota, que escribí en el momento, bajo la puerta. Le decía que volvería la semana siguiente o para la otra. Se lo dije por teléfono, también. No volví más. Se que le duele la soledad, se que le pesa, se que lloró. No puede estar sola. No sabe. Tal vez ya hoy no lo esté. Suele buscar compañías ocasionales. No son lo que quiere, no son lo que le gustaría pero "hacen ruido". Hace diez meses que no la veo. No puedo saber nada. Ni siquiera se si me recuerda. Algo me dice que sí. La conozco mucho. Sí estoy segura de que hoy pensó en mí, aunque sólo haya sido por un segundo, sobre eso no tengo dudas. Es mejor así para las dos. Es lo más sano para mí. Es lo más sensato. Lo más conveniente para mí. Pero, hoy sí la extrañé.

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miércoles, octubre 11, 2006

¡Al fin Alejandra!

Lo conseguí. Tanto que deseaba tener "Diarios" de Alejandra Pizarnik y por fin logré conseguirlo. La novia de mi amigo Sergio fue a Madrid y volvió así es que se lo encargué a él -le encargué a él que le pida a su novia, de mi parte- que, a su regreso, me trajera el bendito libro.
Parece que le costó conseguirlo. Lo compró en la FNAC de Madrid. No lo tenían, ni allí tampoco, porque estaba agotado - dijeron. Lo pidió, lo dejó encargado y se lo trajeron. Es la segunda edición. Me asombré al saber que ya van por la segunda edición desde diciembre del 2005. ¡Agotado en España! Ni que Alejandra hubiese sido española. Es buena señal, señal de que es reconocida en el mundo. Señal de que no es una escritora cualquiera. Señal de que es una poeta que ha dejado rastro. Y dejar rastro no es poco. Y sobrevivir al paso del tiempo no es poco. Y los años se suceden a la muerte, los años se suceden a la escritura, a la tinta, a la edición, a la librería, al estar agotado de estar vendido. Su libro no me pareció barato. Pero, vivo en América del Sur, vivo en Sudamérica, vivo en Argentina. Su libro me costó 22,71 euros y eso es barato, si tomo en cuenta que me lo trajo la novia de mi amigo y que no pagué gastos de envío. Es barato. Y multipliquemos por cuatro. "¡Pobre Alejandra!" - pienso. Fue pobre en vida; es rica en muerte. ¿Escribir para qué? ¿para quién?

"¡Soy Argentina! Argentinum, i: plata. Mis ojos se aburren ante la evidencia. Pampa y caballito criollo. Literatura soporífera. Una se acerca a un libro argentino. ¿Qué ocurre? Viles imitaciones francesas, modismos en bastardilla, fotografías pesadas del campo. De pronto aparece un escrito rrrrealista (sic). ¡Magnífico! Encuentro entonces palabras como "puta" escrita cincuenta veces o diez en variaciones más made in Dock Sud: Descripción de la viejita, del mate y de doña XX. O si no una bibliografía de los mejores libros clásicos o unos cuentos del tiempo de los valsecitos y las criolinas, o un affaire in love en las montañas cordobesas llenas de cabritos y ¡de nuevo! Mates amargos".

Diarios de Alejandra Pizarnik, Editorial Lumen, Segunda Edición, 2005, Ana Becciú.

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jueves, octubre 05, 2006

El descanso imprescindible 2: entre Gualeguaychú y Fray Bentos

Uruguay me encanta. Desde que fui a Montevideo por primera vez, hace algunos años, siempre elegí Uruguay. También estuve en Colonia, por supuesto. Colonia me gustó, claro, pero sólo para pasar un día, no más. En cambio, en Montevideo, me quedaría varios días si pudiera.
Pensaba en esto mientras almorzaba en el "Dacal" de Gualeguaychú. Desde la ventana de mi mesa en el restaurante, veía el puente. El mozo me dijo que era el puente que comunicaba Gualeguaychú con Fray Bentos. Le pregunté las distancias y me dijo que eran treinta kilómetros. Uruguay, pensé, y me dieron ganas de ir. Y fui. Ni siquiera me acordaba que existía el problema de las papeleras. Estaban los carteles por todas partes, pero yo estaba "como en otro mundo" No sabía que el puente binacional se llama "Puente Libertador General San Martín". Suena a libertad. Sentí esa libertad cuando tuve que hacer los trámites en la aduana, en el paso fronterizo, me sentí más libre. De reojo miré el Free Shop. A la vuelta, pensé, a la vuelta me detengo a comprar algo o a mirar. Seguí. Vi los carteles en el camino que decían: "A Fray Bentos / A Mercedes". Al leer "Mercedes", ese pequeño pueblo que aún no conozco, muchos recuerdos vinieron a mi mente, muchas vivencias, muchas horas de conversación referidas a ese pueblo. No importa, cerré los ojos hasta llegar a Fray Bentos, a las calles del centro de la ciudad. Recorrí hoteles pero no tuve demasiado éxito: algunos eran muy caros para mi bolsillo y en otros me respondieron que sólo hospedaban a trabajadores del "proyecto Botnia". No sabía ni siquiera qué era. Ya se: no tengo perdón por semejante desinformación, pero la verdad es que no sabía de qué me hablaban. Terminé quedándome en el primer hotel que vi, al llegar, en el centro, justo frente a la plaza: El Plaza Hotel, en 18 de Julio y 25 de Mayo. Recordé la 18 de Julio en Montevideo pero olvidé. Salí a cenar y terminé en un bar cercano. Ni bien entré me hicieron apagar el cigarrillo que llevaba encendido:
- Está prohibido fumar. - sentenció el mozo, mirándome como si yo fuese marciana.
Me indigné. Salí del bar-pizzería y caminé un par de cuadras buscando algún otro café, bar, restaurante donde poder sentarme como Dios manda para cenar y fumar. Descubrí que no se podía fumar en ninguno así que regresé al primero y comí una hamburguesa. Me sentía enojada. Esto de que estuviese prohibido fumar en los lugares públicos no me gustó nada. Para salir de dudas y corroborar que fuera cierto, le pregunté a dos hombres que estaban sentados en la mesa detrás de la mía. Los dos hombres me confirmaron que era verdad, que en ningún lugar de Uruguay se podía fumar, que era la ley. Pensé que LA LEY era injusta y anhelé estar, en ese instante, en Buenos Aires para sentarme en cualquier bar, café, pizzería, restaurante a comer, beber y fumar libremente. ¡Ilusa de mí! que desconocía que, en pocos días más, la misma LEY llegaría a mi país, a mi ciudad... Ilusa de mí que desconocía que ya no podría volver a sentarme en un café a fumar tranquila como siempre. Pedí cerveza y esperaba encontrar una Pilsen, una Patricia, una Norteña. Nada de eso.
- Tengo Budwaisser - me dijo el mozo.
Acepté. Una Budwaisser y una hamburguesa y cené rápido y me fui directo al hotel.
Al llegar al hotel, descubrí que dentro del hotel funcionaba el Casino de Fray Bentos. Tampoco lo sabía. Dentro del hotel no se podía fumar, como era previsible a estas alturas. Sólo había un cenicero gigante - de esos cuadrados, altos y llenos de arena - en la entrada, justo delante de la puerta del hotel y delante de la puerta del Casino, a la izquierda. Había una mujer fumando al mismo tiempo que yo. Ella se sentía peor porque estaba dentro del Casino y tuvo que abandonar su lugar ahí para salir afuera a fumar. Conversamos sobre este tema, sobre la prohibición de fumar, sobre la discriminación o no, sobre la aceptación o no, en fin, la ley es la ley, aunque a los fumadores nos cueste aceptarla, en este caso. Menos mal que dentro de la habitación sí se podía fumar. Aproveché a fumar del cartón de Nevada uruguayos que había comprado en un quiosco.
Estaba agotada. Por el viaje, por la cantidad de trabajo que había desestabilizado mi tranquilidad, por los cigarrillos prohibidos, por tantas cosas más... A las 22 hs. me fui a dormir, o antes. La primera vez en años que me voy a la cama tan temprano. Me hacía mucha falta. Lo aproveché.
A la mañana siguiente, me desperté temprano y bajé a desayunar en la planta baja del hotel. Me tomé mi tiempo para desayunar sin apuros. Café, jugo de naranjas exprimido, mermelada, la sabrosa manteca Conaprole. Me levanté de la mesa para hacerme dos tostadas. Al acercarme a l a la tostadora, descubrí que no sabía cómo hacerla funcionar. Vi a un rubio bien rubio, parado a mi lado, que estaba eligiendo su mermelada.
- Disculpame, ¿me podrías decir cómo funciona este aparato?
- Sorry. I don't speak spanish. I'm sorry. - me respondió el joven con un movimiento de cabeza.
Así que comenzamos a hablar en inglés. Le volví a preguntar por la tostadora y me enseñó a usarla. El tampoco sabía pero hicimos un curso acelerado y las tostadas quedaron muy bien. Le pregunté de dónde era y qué hacía en Uruguay, si estaba de paseo. Me explicó que era finlandés y que había ido a Fray Bentos a trabajar en el "Botnia Proyect", eso me dijo. Pensé si el muchacho me estaría hablando de la última película de Julia Roberts y yo sin haberme enterado que la habían filmado. Recordé que había visto en la tele "El informe pelícano", pero intuí que este hombre me estaba hablando de otra cosa bien distinta. Le pregunté. Me dijo que era ingeniero y que era uno de los encargados de supervisar todo lo que sucedía con el proyecto, que tenía mucho trabajo con este asunto de las papeleras y que la firma Botnia era un grupo finlandés.
Regresé a mi mesa. No tenía ganas de hablar de trabajo y tampoco de escuchar hablar a otros de trabajo. Estaba allí para descansar, para relajarme. Desayuné en tranquilidad. El hombre me saludó cuando se levantó de su mesa, antes de subir la escalera.
Salí a la calle. Salí a pasear. Necesitaba tomar aire y caminar. Conocer la ciudad. Recorrerla.

Tomé el camino que me indicaron.



Bajé hasta la Rambla y llegué a un anfiteatro precioso. Me detuve a observarlo.





El disparador de mi cámara no tuvo descanso. Seguí caminando hasta dar, sin querer, con una casita preciosa de artesanías.



Allí sólo compré un cuadrito chico de madera con la siguiente leyenda y la foto de una paloma roja abajo:

"Los espejos se emplean para verse la cara.

El arte para verse el alma".



Di la vuelta, por la misma rambla, yendo en dirección al puerto. Pero, me detuve otra vez en el anfiteatro para observar de cerca el monumento a Fray Bentos.



Buscando un lugar lindo para almorzar llegué al puerto. Le pregunté a alguien en la calle y me recomendó El Club de Pescadores.



Allí, antes de entrar, pregunté si tenían cerveza Pilsen y chivitos uruguayos. El mozo, sumamente amable, me dijo que sí y me acompaño a una mesa en una excelente ubicación. ¡Aleluya! Por fin pude comer mi chivito uruguayo y beber un par de Pilsen. Por otra parte, la vista panorámica era una caricia para los ojos, un remanso para el alma. Sin dudarlo, almorcé allí mientras disfrutaba de lo que tenía frente a mí. Sentí que la naturaleza me correspondía.



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