sábado, agosto 27, 2005

El Regreso

Y sí, así es la vida… A veces se comporta con nosotros de un modo más que amable, otras veces nos hace padecer lo inesperado, lo inconcebible y sentimos que de amable, precisamente, no está teniendo casi nada. No podemos saber qué nos deparará, no podemos predecir ni siquiera el día de mañana, mucho menos podríamos intentar averiguar por qué nos ocurre todo aquello que nos está ocurriendo en la actualidad. ¿Nos lo merecemos? ¿No nos lo merecemos? La vida nos hace tambalear en algún momento determinado y sentimos que nos caemos en un pozo, que nos vamos hundiendo un poco más cada día sin darnos cuenta casi y entonces nos aislamos -porque el mundo se ha ido alejando de nosotros- para refugiarnos y regodearnos en nuestro dolor, en nuestras pequeñas penas cotidianas que se han ido formando como producto de una sumatoria de cosas hasta que, de repente, nos enteramos de que nos hemos hundido definitivamente en el abismo, en la tristeza, en la melancolía, en el descreimiento y descubrimos cómo nos quitó el oxígeno tanta soledad, tantas preguntas sin respuestas, tanta incertidumbre, tanta miseria humana y material ¡tanta miseria y tanta decepción!. Caos, desorden, descreimiento, penurias ya se han apoderado de nosotros de tal modo que se han hecho carne en nuestra propia carne. Depresión: una vez que nos hallamos en ese estado, sumergidos por completo en el agujero negro, emerger de nuevo a la superficie se convierte en la tarea más difícil del mundo, casi es una misión imposible excepto que algo nos movilice a buscar fuerzas, a sacarlas de donde sea, incluso de donde no las tenemos para poder dar un pasito hacia adelante o hacia arriba, un pasito como si fuéramos bebés recién nacidos. Alguien (no recuerdo quién) dijo que cuando una persona ha tocado fondo de allí en más el único camino posible es ir ascendiendo; no se quién fue, sólo espero que quien lo haya dicho estuviera en lo cierto.
Por eso estoy aquí hoy nuevamente y persistiré en la escritura, en las letras que siempre me han ayudado tanto y que tantas satisfacciones me han dado a la largo de los años, por eso he asomado apenas la cabeza para ver si existe un rayito de luz, un diminuto candil que logre iluminar estas gigantescas y torturadoras sombras.

Durante esta temporada alejada de todos y de todo en este mundo, han llegado hasta mí algunos de los libros de Paulo Coelho que he tenido el inmenso placer de releer. Se que Coelho es un autor polémico: hay personas que al leerle se quedan fascinadas, hay otras personas que le detestan profundamente, hay personas que le consideran místico y aburrido, hay personas que consideran que sus libros son apenas vulgares libros de esos de autoayuda que no sirven para nada a la hora de llevarlo a la práctica. Yo no lo se. Sólo puedo hablar por mí, por lo que el efecto de la lectura de Coelho produjo en mí, nada más. No se de otros, sólo se que –personalmente- no lo considero un escritor del tipo de los que apenas si saben inventar historias de esas baratas de “autoayuda” de las cuales, por otra parte, está lleno el mercado y son tan poco aplicables a la vida real que casi me darían ganas de tirar esa clase de libros a la hoguera pero, bueno, no quiero excederme hablando de esto ya que, seguramente, habrá personas que consideran a ese tipo de escritos literatura, que los consideran útiles. Y si algo es útil en la vida para algunos, ¡bienvenido sea para ellos! En mi caso particular, no funciona así y por eso digo que con Coelho he sentido algo bien diferente, completamente diferente para ser exactos. Coelho me parece un escritor mágico, mucho más que un escritor me atrevería a decir, un alquimista de los mensajes que, implícitamente, nos quiere transmitir y supongo que el secreto estará, quizás, en alcanzar a descifrarlo. Coelho ha logrado abrirme la cabeza de tal modo como ningún otro escritor había llegado a hacer todavía. Con Coelho encontré el descubrimiento de “un saber de lo que ya sabía aunque no supiera que esa sabiduría estaba en mi interior”. Coelho penetró mi corazón y me despertó.

"A veces nos invade una sensación de tristeza que no logramos controlar, decía él. Percibirnos que el instante mágico de aquel día pasó, y que nada hicimos. Entonces la vida esconde su magia y su arte.

Tenemos que escuchar al niño que fuimos un día, y que todavía existe dentro de nosotros. Ese niño entiende de momentos mágicos. Podemos reprimir su llanto, pero no podemos acallar su voz. Ese niño que fuimos un día continúa presente. Si no nacemos de nuevo, si no volvemos a mirar la vida con la inocencia y el entusiasmo de la infancia, no tiene sentido seguir viviendo. . Si escuchamos al niño que tenemos en el alma, nuestros ojos volverán a brillar. Si no perdemos el contacto con ese niño, no perderemos el contacto con la vida".

— "El Otro es aquel que me enseñaron a ser, pero que no soy yo. El Otro
cree que la obligación del hombre es pasar la vida entera pensando en cómo reunir dinero para no morir de hambre al llegar a viejo. Tanto piensa, y tanto planifica, que sólo descubre que está vivo cuando sus días en la tierra están a punto de terminar. Pero entonces ya es demasiado tarde.
— Y tú ¿quién eres?
— Yo soy lo que es cualquiera de nosotros, si escucha su corazón. Una
persona que se deslumbra ante el misterio de la vida, que está abierta a los milagros, que siente alegría y entusiasmo por lo que hace. Sólo que el Otro, temiendo desilusionarse, no me dejaba actuar.
— Existen derrotas. Pero nadie está a salvo de ellas. Por eso, es mejor perder algunos combates en la lucha por nuestros sueños que ser derrotado sin siquiera saber por qué se está luchando.Cuando descubrí eso, decidí ser lo que realmente siempre deseé. El Otro se quedó allí, en mi habitación, mirándome, pero no lo dejé entrar nunca más,
aunque algunas veces intentó asustarme, alertándome de los riesgos de no pensar en el futuro.

»Desde el momento en que expulsé al Otro de mi vida, la energía divina
obró sus milagros. El universo siempre nos ayuda a luchar por nuestros sueños, por locos que parezcan. Porque son nuestros sueños, y sólo nosotros sabemos cuánto nos cuesta soñarlos".

Extractos de "A orillas del Río Piedra me senté y lloré", Paulo Coelho.

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