domingo, junio 25, 2006

¡Oh Señor Humor, ten piedad! (II)



Al salir de la oficina, estaba cansada y decidí que un rato de relax en el bar del gallego me haría bien. Compré cigarrillos, primero, en el quiosco (ese mismo al que el vecino de enfrente me dijo aquella vez que tuviera cuidado porque lo atendían “ese par de lesbianas”) y entré al bar.
Enseguida vi que estaba mi nuevo amigo el griego sentado en una mesa. El no me había visto y continuaba leyendo el diario. Me acerqué a saludarlo y me invitó a sentarme a su mesa. Tomé un café con leche mientras conversaba con el griego que ya había tomado su café y abandonado la lectura. En ese bar casi todos los que van son conocidos o gente que va todos los días, es extraño ver gente que no sea habitué de ahí. Entonces, como casi todos se conocen, conversan entre sí. Los dueños siempre están y el mozo siempre es el mismo. Cuando comencé a ir a este café yo era la única mujer que estaba sentada sola en la mesa sin conversar con nadie. El griego era el único hombre que estaba sentado solo en su mesa. Ni él ni yo conversábamos con nadie. Pero, yo comencé a observarlo en el transcurso del tiempo porque tiene un hijo (ya algún día hablaré del hijo) que pasa cada tarde, se queda unos minutos, hablan y sigue su camino. El griego es un señor mayor y su hijo debería ser un hombre grande, aunque –en realidad- no lo es. Pasé tardes observando aquellas escenas. Después de cantidad de tardes pasadas allí, uno en la mesa contigua a la del otro, tomando cada uno lo suyo, él leyendo su diario y yo bebiendo lo que fuera, llegó el día en el se acercó y me habló. Fue el día que tuvo un celular nuevo y no sabía como hacer para enviar los sms y por eso me consultó. Me pidió permiso, ya que es muy educado, para sentarse a mi mesa. Así fue como comenzamos a hablar, a raíz de explicarle cómo hacer para enviar sus sms. Aunque, ahora que lo pienso, o yo no soy buena maestra o él no es buen alumno porque todavía no aprendió. Pero, recapitulando sobre la tarde del viernes, decía que nos pasamos un rato muy entretenido conversando los dos. El griego tiene ese acento extranjero que me llama tanto la atención. Esa pronunciación marcada que uno no sabe si es alemán, polaco, ruso… Era difícil adivinar su nacionalidad hasta que me dijo que es griego. Hablamos de muchos temas. Primero, del mameluco de su hijo y de por qué siempre anda con esa ropa de mecánico engrasado pudiendo tener ropa mejor. Después hablamos de diferentes países. No conozco Chile así que me contó cómo era Santiago. No conozco Alemania y me contó sobre su viaje. Coincidimos hablando de Montevideo, Uruguay, que sí conozco y él también porque cuando llegó de Grecia su barco paró un rato en Montevideo. Me contó de su viaje desde Grecia hasta Argentina. De su familia griega y de varios de sus viajes. Hablamos de los robos, de los tiempos modernos, de los autos, de la vestimenta de las mujeres y de los hombres de antes y de ahora. También hablamos de Atenas, de cómo es Grecia y hasta me explicó algo acerca de la religión ortodoxa. Pasé un momento grato, realmente. Y distendido. Supongo que él también. Su hijo no apareció por ahí el viernes así que no tuve que darle explicaciones. Cada vez que me ve hablando con su padre no le gusta nada. Antes de irse, insistió en pagar lo suyo y lo mío. A mi eso no me gusta. No me gusta que me pague el café o lo que sea cada vez. Prefiero que él pague lo suyo y yo lo mío antes de que me invite. Pero, insiste y el mozo le da la razón. No me siento cómoda pero él dice que no puede permitir que pague yo. En fin, son formas de ver las cosas. Pero, eso sigue haciéndome sentir un poco incómoda porque si yo converso con él es por no estar sentada sola, es por tener a alguien con quien hablar, es porque me parece un señor interesante y con materia gris en el cerebro, es porque con él puedo charlar de muchos temas, es porque paso un rato entretenida y me parece que él también. Pero, nada más. Y esto de pagar la consumición no quisiera que se preste a ningún mal entendido porque no existe ningún interés más allá del que da un rato de amena conversación con un hombre bastante culto y agradable. No se si él lo ve así. Tampoco se lo voy a preguntar, lógico. Así es que pagó lo mío y lo suyo y se fue.
Por supuesto, mi mente estaba muy lejos de aquel café, muy lejos de aquel lugar. Volé hasta los dioses griegos, volé por Uruguay, por España (país que él no conoce pero yo sí y tanto, y tanto). También por la religión dado que también habíamos hablado bastante del tema y él había terminado diciéndome:

La mejor religión es no tener religión. No creer en nada. Hay que dedicarse a ser buena persona y a no hacerle mal a nadie. Esa es la mejor religión que existe.

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3 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

esas tardes que se convierten en pausas de tardes anaranjadas quedan en la memoria no? y nos sacan una sonrrisa y el entrecejo confundido se arruga.
me encantó tu relato =)
yo tambien quiero un griego q me explique la vida con un acento extraño .te dejo un abrazo... dobladito abajo de tu post.

25 de junio de 2006, 9:49 p. m.  
Blogger Gabuleta* dijo...

Es muy lindo encontrar gente que con pocas palabras te pueda decir cosas tan interesantes...mas alla de que cada uno coincida o no con eso de no tener religion, muy lindo el razonamiento del señor..
muy lindo tmbien tu relato..
Besos

26 de junio de 2006, 12:08 a. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Sol: Efectivamente, esas tardes convertidas en pausas anaranjadas quedan en nuestra memoria. Un rato de respiro en medio del ajetreo diario. Gracias por tus cálidas palabras.

Curieux: Cierto. Es hermoso que haya gente que con pocas palabras pueda decirnos tanto. La religión es un tema que da para mucho, pero la reflexión fue interesante.
Beso y gracias!

2 de julio de 2006, 7:57 p. m.  

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