¡Oh Señor Humor, ten piedad! (III)

Me quedé observando. Hacía siglos que no veía a nadie sentarse a tomar un vaso de ginebra. Y Bols. En eso, veo que el tipo me hace caras raras y comencé a ponerme nerviosa. No me gustan nada esas cosas.
Pasados unos minutos, él hombre me hace un gesto apoyando un dedo en la nariz y subiéndola para arriba. Extraño. Me dice: “El dueño de este lugar es un nariz parada”.
Tuve que contener la carcajada. El gallego tendrá muchos defectos (si ser nariz parada lo es) pero de eso sí que no tiene nada. Más bien todo lo contrario. Además, ni siquiera estaba en el café en ese momento. Pero, me contuve porque al tipo se lo notaba muy enojado. No respondí.
El: ¿Sabés que pasó? No querían venderme alcohol. ¡A mi! ¿Te das cuenta? Me dijo el mozo que ya no venden más alcohol.
Yo: (mientras bebía un sorbo de mi cerveza y aspiraba una pitada de cigarrillo, le respondí) Y… sí… ¿pero sabe? No se la agarre con el mozo. El sólo está cumpliendo órdenes y el dueño tampoco tiene culpa. Me parece que hay una ley que ahora comenzarán a prohibir en los bares los cigarrillos y el alcohol. ¡Seguro que es eso!
Y desvié mi vista hacia un costado, detrás de la barra, buscando al mozo que estaba fuera de mis ojos.
El tipo seguía bebiendo su vaso de ginebra y mirando televisión, creo, yo no lo miré más. Miraba al costado izquierdo, al derecho, al techo, a la ventana, a cualquier parte menos a él.
Pasa un ratito y el tipo vuelve a la carga:
El: ¡Está bien! ¡Te voy a contar lo que me pasó!
¡Ay, Señor! ¿Por qué a mi? – pensé. Si no le hablo, no lo miro, no le doy bola. ¿Por qué justo esto me toca a mi? Tan tranquila que estaba…
El: ¡No sabés lo furioso que estoy! Hoy sí que no es mi día. Te cuento ¿eh?
Yo, silencio absoluto.
El: ¿Sabés? Este mediodía almorcé en el microcentro. Todo tranquilo. Mirá… yo no se cómo fue pero me quedé dormido ¿podés creer?
Yo, silencio absoluto.
El: ¡Y vos no te imaginás todo lo que tenía que hacer! ¡No te lo podés imaginar! Y ¿podés creer que cuando me despierto, abro los ojos y ya había oscurecido? ¡Imaginate! No entendía nada yo. – arrastraba la lengua para colmo -. En el banco de una plaza me desperté ¿eh? ¿Vos lo podés creer? Y tendría que haber visitado a dos o tres clientes. ¿Podés creer que no visité a ninguno?
Mi sexto sentido me dijo que me tranquilizara porque mis nervios estaban a punto de explotar. Así fue que le respondí lo más serena que pude:
Y sí…. ¡Qué va a hacer! Tómeselo con calma… A veces, sucede…. Ya el lunes recupera el tiempo que perdió hoy…
Creo que me temblaba la voz. Me asusté. Buscaba al mozo con los ojos y no lograba verlo detrás del mostrador.
El: Sí, tenés razón. Pero, igual no. Tendría que haber sido ¡hoy! ¿Y sabés? Imaginate ¡menos mal que este no es un fin de semana largo? ¿podés creer? ¿Sabes qué? Si fuera un fin de semana largo ¿qué hago yo? ¡Me mato!
Yo: Nah… ¿para qué se va a matar? ¡Qué va a hacer! Le puede pasar a cualquiera… Tómeselo tranquilo…
El: ¿Tranquilo? ¿Qué me lo tome tranquilo? ¡Ja! ¿Sabés? Yo me paro acá y rompo todo. ¿Podés creer? ¿Querés ver? Te juro ¿eh? ¡Rompo todo a patadas con la furia que tengo! ¿Querés?
Yo: (que a estas alturas ya me temblaba hasta el último pelo) Mire… tranquilo… la vida hay que tomarla con filosofía oriental. Relájese, piense que aprovechó su almuerzo, su siesta, la naturaleza en la plaza y ahora esta ginebra. Disfrute de la mitad de su vaso lleno. Piénselo…
Allí asomó el mozo su cabeza y lo llamé. Se acercó a mi mesa y comencé a hablar con él. Cualquier cosa con tal de no estar solita frente a semejante personaje suelto en la city. Con el mozo parado a mi lado me sentí más reconfortada y, acercándome a su oído le pregunté si alguna vez había visto a este tipo. El mozo me confirmó que no y agregó: Pero quédese tranquila, no va a pasar nada. Muy tranquila no me dejó su frase pero…
En ese preciso instante, en televisión pasaban el noticiero con todos los asesinatos, violaciones y robos juntos. Lo que se puede esperar de Crónica Tv. que parece que fueran especialistas en los hechos sangrientos. Entonces el tipo insiste:
¿Vos podés creer? La otra vez me agarraron a mi y mirá como me dejaron la cara. ¿Podés creer? ¿Ves mi nariz? Me arrancaron este pedazo, ¿ves? (me lo señala) y me quedó colgando.
Demás está decir que no respondí. De tan asustada que estaba me quedé paralizada. No podía hacer nada. No podía ni levantarme para irme ni seguir ahí con el tipo enfrente. No podía moverme. Paralizada, aferrada a la silla y al vaso de cerveza que este guacho no me dejó disfrutar. Si no se mata él lo mato yo – llegué a pensar. ¿Por qué carajos no se va de una buenísima vez por todas si ya terminó su vaso de ginebra? ¿Por qué? El tipo seguía ahí. Yo seguía paralizada sin movimiento.
Y de nuevo me dice él: ¡Ay, bueno! Ya me tranquilicé, sabés. ¿Vos podés creer?
Yo muda. Quietita. Fingí no oírlo. Seguí mirando para cualquier lado menos para donde estaba él.
Pero, todavía me faltaba algo más por oír. Porque la vida no es tan simple como una supone, claro. Y la gran pregunta del millón de la tarde todavía no había llegado:
El: Decime, ¿saliste del neuropsiquiátrico vos, no?
Yo: (como impelida por un resorte, completamente desprevenida lo miré atónita) ¿Eh? ¿Qué? ¿En un neuropsiquiátrico? ¿Quién yo?
El: Sí, claro.
Yo: Ah… no… la verdad es que todavía no entré…. Pero, ¿Usted sí, no?
El: Yo sí. En muchos. Pero, ¿y vos? ¿Seguro que no?
Yo: Sí, seguro… Pero, eso nunca se sabe ¿vio? Por el momento todavía no estuve, pero de eso nadie está libre. Quien le dice en el futuro algún día voy….
Demás está explicar que todavía no comprendo cómo no se me paralizó el corazón. Creo que fue lo único que me siguió latiendo.
Yo, intrigada: ¿Le puedo preguntar por qué se le ocurrió tal cosa? No lo tome a mal. Como le decía… uno nunca sabe ¿vio? Hoy no estamos, mañana tal vez sí, tal vez nunca. Esas cosas nunca se saben. ¿Qué le hizo pensar eso?
El: ¡Mirá vos! Yo hubiera jurado que sí.
Yo: Pero, ¿por qué?
El: Por todos tus gestos. Te estoy mirando. Son como los de allá.
Reconozcamos que su última frase fue como una flecha que me atravesó el corazón. Me dejó sin respiración, casi.
Dios y todos los santos juntos o Luzbel hicieron que se fuera del café.
Terminé de tomar lo que me restaba de cerveza intentando buscar un segundo de tranquilidad para estar a solas. En ese momento, la nietita del dueño, la pequeña A. se acercó a mi con su inocencia de todos los días. Me sonrió y me miró con sus ojitos cristalinos. Yo seguía temblando. Y ella continuaba mirándome con aquellos ojitos pícaros. Me le adelante:
Yo: Mmm… ¿Cómo estás A.? ¿Jugaste mucho en el jardín? Mirá que hoy me parece que no es día para jugar.
Ella: (carita triste) ¿Y por qué? ¡Dale, dale! ¡Vamos a dibujar! ¿O querés jugar a la escondida?
Yo: No… la verdad es que lo dejamos para el próximo viernes. ¿Qué te parece?
Ella: (acercando su boca a mi oido) ¿Cuándo te vas vos? - susurró
Yo: ¡Ahora mismo!
Ella: Y.. ¿Por qué? No. ¡No te podés ir ahora!
Yo: Sí, me voy ya mismo. Te prometo que la próxima jugamos y dibujamos pero hoy no. Porque hoy estoy muy agotada, muy cansada. Por eso. ¿Entendés?
Salí a la calle y tomé el primer taxi que apareció libre. Punto final del viernes.
¡Oh, Home, Home, Sweet Sweet Home! ¡Por favorrrrrrrrr!
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